Apenas intuiciones sobre «El tallo de Las Lunas» de Jetzy Reyes Castro Irremediablemente, el texto de Jetzy Reyes contiene poesía difícil, hermética de puro familiar, pero cumple aquello que debe pedirse a la poesía: el arte incomparable de sugerir... Lo leo una vez más y compruebo de qué modo sigue llamándome lo que este libro encierra: su permanencia es obra de su belleza y su vigor. Cuando en la lectura de un texto mi intuición me devuelve auténtica poesía -esta, indefinible, inefable (a ella ¿qué puede añadirse?)- me …
De: Al Sur del Ecuador LAS ENCANTADAS Son erupciones volcánicas aparecidas en el mar. Superficies rugosas, calcáreas y negras, cicatrices del tiempo. Al principio no existía vida, entonces llegaron las aves y depositaron semillas incluidas en su excremento o en el fango adherido a sus patas, otras pepitas resistentes al agua llegaron por el mar desde el continente suramericano, troncos flotantes que transportan iguanas, tortugas que emergieron del mar y se convirtieron en gigantes terrestres, ani…
Una mujer me tiene maniatada mientras otra salpica su sangre en mis vasijas. La una es una perra de hortelano, la otra una puta de juzgados. A ninguna la conozco frente a frente pero han sabido exasperar a los demonios que pululan en las sombras de la mente. Las dos amasijo de execrables decisiones, estampida de satanes, pariendo un hijo bastardo cada día. Ambas dos piedras en el monte oscuro, dos flechas incrustadas en la carne, dos brujas con grilletes bailando en aquelarre.
© Analecta Literaria 2014 A LA IZQUIERDA DEL POEMA Aquí, a la izquierda del poema Comienza la noche Apenas intuimos el sonido Con el que nos llevará el mar De: Lengua de Siervo (1993) LENGUA DE SIERVO (a la poesía) Enrédame por los ojos Que siempre amanecen Nútreme de la sangre Que anochece inquieta Encapríchate con mi cuerpo Y súrcalo una vez más Con tu lengua de siervo Danza de culebra Amaestrada por la soledad Y la ternura Desátate de tu bosque Y entra al mío Invade el trágico destino de los…
BIOGRAFÍA PARA USO DE LOS PÁJAROS Nací en el siglo de la defunción de la rosa cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles. Quito veía andar la última diligencia y a su paso corrían en buen orden los árboles, las cercas y las casas de las nuevas parroquias, en el umbral del campo donde las lentas vacas rumiaban el silencio y el viento espoleaba sus ligeros caballos. Mi madre, revestida de poniente, guardó su juventud en una honda guitarra y sólo algunas tardes la mostraba a sus hijos envue…
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