El inventario -Esta mesa es Chippendale. -¡A ver, muchachos, al camión! Vocea: "¡Una mesa con las patas flojas, una!". -Un cuadro de la escuela de Greuze. -¡Una tela grande rayada, una! -Una consola Louis Philippe. -Oiga, yo creo que estos muebles son del tiempo de don Porfirio, porque mire nomás el polillero. -Dos vitrinas de Wedgewood. -¿Cómo dice usted? -Wedgewood. Voy a deletreárselo. -¡Salen dos vitrinas! ¡Mira ésta no cierra.! ¡Dos sillones con la tapicerÃa percudida, dos…
La puerta par El doctor Edmundo Molina se presentó con nombre y apellido desde la puerta entreabierta de la subcomandancia, pero tuvo que agregar que era el médico a quien quisieron asesinar hacÃa unas horas en el Hotel Anteus para que el comisario levante la vista y se le quede viendo con ese aire de todopoderosidad que adopta la gente uniformada. Le preguntó si venÃa por su declaración. «No», le dijo, lo que querÃa era hablar con el hombre a quien arrestaron frente a su puerta -habitación 36, segundo piso- empuñando un…
Dos Cuentos Breves LA ESPERA Como todos los domingos, mi padre me dijo que irÃa a pescar y regresarÃa al atardecer y yo le creÃ; mi madre me dijo que irÃa a visitar a mi abuela y yo le creÃ; mi hermana habló de una excursión al Tunari con su novio y tampoco dudé. Han pasado cuatro años y empiezo a sospechar que no volverán. Me he quedado sin teléfono y sin electricidad, imagino que por falta de pago, y no me gusta leer. Mis provisiones se han agotado y cada vez me es más difÃcil encontrar ratones o gusanos. Y tampoco p…
Habitación, la brisa [Inédito] Especial para Analecta Literaria © 2014 Carlos Bernatek - Analecta Literaria a J. R. Ahora que ha llegado el silencio a este cuarto de hotel, apenas comienzo a recordar cómo he venido. Es esta ciudad que te abruma, te marea con su siseo perpetuo, el tránsito de gente insomne. Aquà hasta el silencio hace ruido. Pero en un instante milagroso, las cosas parecen al menos quietas, detenidas, como murmurando un impulso para que todo se reinicie ¿A qué he venido? Ya va siendo hora de que empiecen a ol…
El Paseo Repentino (Cáceres, 1956) 1 Quizá por la extrema suavidad de sus voces, aún me impresionó más ese súbito permiso que me otorgaron mis padres. Porque desde ayer poseo un flamante permiso para salir de noche. Ha llegado bastante tarde, pero bienvenido sea. Me lo han dado no porque yo tenga una edad ya más que respetable sino porque posiblemente les angustiaba ver que no duermo nada y estudio tanto. No eligieron, de todos modos, la hora más oportuna para darme ese permiso, pues se avecinaba una tormenta que todos pres…
Estaba por fin ahÃ, como el rostro de un destino antes descifrable y ahora revelado: un hombre de piedra (el sombrero sobre los ojos, casi palpable la pesada pistola), pero atentÃsimo a las próximas señales del estrago. Ese hombre ahà significaba que todos los plazos se habÃan cumplido; que él, Manolo, pronto serÃa el cadáver de Manuel Cerdeiro, llorado por su mujer, recordado durante un tiempo por alguno de sus paisanos y por sus parroquianos sólo hasta que otro (desde luego gallego, recio, petiso, velloso y cejudo) lo sustit…
El Checoslovaco 1 Ella estaba cada vez más gorda, decaÃda y vieja. El, por el contrario, parecÃa con ello cobrar nuevos brÃos. PodÃa tomárselo en cualquier jornada; ésta invariablemente lo hallaba más fuerte, saludable y coloradote que la precedente. El era checoslovaco. HacÃa casi veinte años que habÃa emigrado al paÃs que lo aceptó. Trabajaba como ingeniero en una fábrica y era bastante competente. Se hizo amiguÃsimo del dueño; aprovechó esto para tratar de seducir a la hija, que no carecÃa de atractivos. Curiosamente,…
TÃo Eugenio Esa vez que Gardel vino a Rosario fuimos a verlo con mi amigo el Flaco Octavio, mamá y el tÃo Eugenio. Al tÃo hubo que insistirle bastante para convencerlo. Él decÃa que le gustaba mucho la música, pero siempre habÃa que rogarle para cualquier cosa. Era una de esas personas que se complacÃan en que le insistieran. HabÃa logrado forjarse, en la familia, una cierta fama de hombre misterioso, retraÃdo, que de tanto en tanto nos concedÃa la gracia de su presencia. VenÃa, eso sÃ, para Navidad y Año Nuevo, y, en esas ocasi…
Noveno Piso * A Pilar González 1972 UNO —Noveno piso —digo al pequeño ascensorista. Tengo la mano derecha metida en el bolsillo del saco. Con la izquierda me aliso innecesariamente la solapa. “Le apuesto que no llega”. ¿Dijo realmente: “le apuesto que no Ilega”? Lo miro a los ojos. Enarco las cejas. —Ya verá —dice, realmente, en voz alta. La sonrisa enigmática del muchacho (¿o es un enano?), me pone nervioso. El sabe algo que yo ignoro. Yo, en cambio, debo saber seguramente muchas cosas que él ignora. —Por ej…
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