De: DÃas Roturados (1949) LAS PALABRAS NO CUENTAN... Cantar, cantar evocando sucesos Que están oliendo a sangre, a agobio, a escombro; Dar un retrato vivo de jirones terrestres, De angustia prolongada o árbol Desgranando su verde entre estampidos; Tener tantas palabras y no tener ninguna Entre el amor y el odio de los hombres. ¡Tanta edad, tanto tema de exterminio Llegan y forman libros, estantes, librerÃas; Tanto tema de llanto, de perforada atmósfera, De agujeros amargos...! Cuando habla…
De: Naufragios [1984] LA NIÑA DE LOS MANGOS a Osvaldo González Real Hoy las hojas no son sino la imagen, perdón, sonora de la siesta y de un cántaro a orillas de una sombra. Caen, caen los mangos y se acerca una niña cuyo nombre ya no ignora el ángel de su andar. Mira. Ve los mangos. Desnuda, con sueño, confusa y aturdida va por ellos. Gira. Gira y en sà misma se demora si, cayendo, entre frutas y a la siesta se abandona. Lo sé. ¿Lo sabÃa? Lo recuerdo a orillas de una sombra y en la siesta de los man…
© 2015 Analecta Literaria EN LOS CAÑALES Desdoblo la mirada de los cañaverales Oliendo a dolor y sufrimiento. Un niño por hambre agrieta sus venas y arrolla tempestades. una mujer violenta la calma y aúlla el silencio de pan y leche un hombre cañal a cuestas el viacrucis termina crucificándolo sin piedad al final del camino de la muerte. COMPAÑERA LABRADORA Quedaste pintada en la página de la guerra tatuada como una huella imborrable pedazo por pedazo te plasmaste como arco iris en mis sienes. La blanca t…
I A modo de introducción: En el presente capÃtulo se analiza la valoración de las culturas y religiones africanas efectuadas por Juan René Betancourt, Gustavo Urrutia, y Fernando Ortiz, entre otros, con la finalidad de hallar semejanzas, diferencias y la vigencia de algunas de esas consideraciones. Para ello he rastreado fuentes documentográficas: periódicas, libros, folletos y realizado encuestas e investigaciones de terreno entre santeros, babalaos y aleyos para intentar precisar la africanidad o cubanidad de la santerÃa, o al…
S uerte de principiante me alcé con el pozo Pozo al que caà no como un principiante. P ara la foto mi embarazo no es histérico. U na exorbitancia: la monogamia. M i desprecio por vos siendo profundo ni siquiera es infinito. E l camino más corto es el trillado por mis enemigos. H ijo de la humillación ¿en qué te me has reproducido? F umo notas musicales y toso fragmentariamente los últimos hits. M is iniciativas ¿te ofenden? ¿Qué toman de la…
© Analecta Literaria And we shall play a game of chess, Pressing lidless eyes and waiting for a knock upon the door. I Se agrisa el lado cierto de la Tierra. AllÃ, Jesús y su perro, bajo estratos. Llovizna: hay otro aspecto de la vida, imprevisto, desconocido, ominoso. Se cierne sobre la sombra descalza. Se cierne sobre el cuerpo con pelaje. Dirán es la conclusión pero queda algo todavÃa: una madeja dentro de otra madeja, una rata que no se cansa de morderla, una tela rota, un género sin costura, una m…
Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardÃn, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa! Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no querÃa salir, mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre: nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo …
Asustada, balanceándose en lo alto de una silla con dos travesaños paralelos como si fuera un palanquÃn, la llevaron a la estación del pueblo. Por primera vez se alejaba de la casa y veÃa el monte de algarrobos donde sus hermanos cazaban cardenales para venderlos a los pasajeros del tren. Inés no conocÃa el pueblo. Pasaba largas horas sentada sobre una lona, en el piso de tierra de la cocina, mientras su abuela picaba las hojas de tabaco, mezclada con granos de anÃs, para fabricar cigarros de chala. LA abuela solÃa marcharse d…
P ara Teresa Parodi, chamamecera «No me importa y no me importa. Y no quiero seguir hablando del tema». El piojo hablaba solo, parado en la cabeza del ñandú. Daba vueltas, nervioso, mirando para todos lados. Después dio tres saltos grandes y dijo: — ¡Y ahora basta! ¡Se acabó! El coatÃ, el oso hormiguero, la garza y la cotorrita verde lo fueron rodeando muertos de curiosidad: —A ver chamigo piojo, si nos cuenta eso que le anda pasando —dijo la cotorrita verde. — Nada, nada, ¿no les digo que no me importa nad…
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